"SOMOS DISTINTOS, SOMOS COMPLEMENTARIOS"
Miguel Ángel Santos Guerra recoge en"El pato en la escuela o el valor de la diversidad" una serie de relatos con los cuales pretende acercar a la escuela intercultural que deseamos. Estos textos nos servirán para reflexionar e impulsar el importante papel que desempeña el docente dentro del proceso educativo de inclusión social.
A continuación os presentamos uno de estos relatos, en concreto "El dromedario no es un camello defectuoso".
"¿Qué pensar de quien considerase deforme a un dromedario por
tener dos jorobas en lugar de una sola como le sucede al
camello? ¿Sería
justo que maltratase al animal con golpes, insultos y
exigencias a las que no
puede responder? ¿Sería lógico que pretendiese eliminar una
de ellas para
que se asemejase al deseado modelo? ¿Sería justo que le
castigase por su
“maldita diferencia”? Lo mismo podríamos decir de quien
pensase que la
gallina es un águila defectuosa y pretendiese hacerla volar
a base de un
absurdo y estéril adiestramiento.
Un camello es un camello. Un dromedario es un dromedario.
Una gallina
es una gallina. Un águila es un águila. Estas afirmaciones
que parecen
obviedades cercanas al ridículo están frecuentemente negadas
cuando, en la
escuela por ejemplo, tratamos a los niños y a las niñas como
si fuesen iguales,
como si tuviesen que acomodarse a un prototipo. Quienes se
alejan de
ese modelo, de ese arquetipo, parece que tienen alguna deficiencia,
alguna
tara. Son, por consiguiente, niños defectuosos. Una niña,
por ejemplo, sería
un niño defectuoso. Por eso llora, por eso es mala en
matemáticas, por eso es
charlatana. Un niño con síndrome de Down sería un niño
normal defectuoso,
que no puede aprender nada, que no puede valerse por sí
mismo. Un niño
gitano sería un niño payo defectuoso, incapaz de hablar
bien, de comportarse
cortésmente. Un niño magrebí sería un niño andaluz
defectuoso, que
no domina la lengua castellana, que no conoce las
costumbres, que no sabe
quién es la Virgen del Rocío.
El modelo lo constituye el varón, blanco, sano, inteligente,
autóctono,
creyente, payo, vidente, ágil, oyente, castellanoparlante...
Los demás son
“anormales” o, lo que es peor, “subnormales”. La institución
escolar alberga
problemáticas muy diversas, no sólo debidas a las
diferencias infinitas
individuales sino a las diferencias grupales (étnicas,
lingüísticas, culturales,
religiosas, económicas, de género...). Hay que caminar hacia
una escuela
inclusiva. Lo cual exige hacerse permanentemente esta
pregunta: ¿a quién
excluye la escuela?, ¿a quién le pone trabas para una
integración plena?
Si un centímetro cuadrado de piel (las huellas digitales) nos
hacen diferentes
a miles de millones de individuos, ¿qué no sucederá con toda
la
piel? Con todo lo que ésta tiene dentro, con la historia y
las vivencias y las
emociones y las expectativas. No hay un niño exactamente
igual a otro. Ni
siquiera dos gemelos univitelinos pueden considerarse
idénticos. Su historia
es distinta, sus vivencias son diferentes.
Como en la escuela la actuación se dirige hacia un alumno
tipo, quienes
no responden a él, se encuentran con dificultades de
adaptación. No es la
escuela la que se adapta a los niños sino éstos quienes
tienen que ajustarse al
modelo que se propone o se impone en la escuela. Lo digo no
sólo por lo que
respecta al aprendizaje de las materiales sino a la forma de
comportamiento
y de relación.
Cuando se habla de “educación especial” creo que se produce
una tautología.
¿Puede haber educación que no sea especial, que no refiera a
cada
niño en particular? O es especial o no es educación. El
riesgo está en pensar
que la diversidad afecta solamente a aquellos niños con
alguna deficiencia
como la invidencia, la sordera, el síndrome de Down, la
espina bífida. Como
si el resto constituyese un grupo homogéneo, idéntico. No.
Cada niño es
único, irrepetible, irreemplazable. No existe ese “alumno
tipo medio” al que
nos solemos dirigir cuando hablamos o cuando evaluamos.
La diversidad no es una lacra. Es un valor. Precisamente
porque somos
diversos podemos complementarnos y enriquecernos. Podemos
ayudarnos.
Y habrá más necesidad de ayuda para quienes tienen alguna
dificultad o
alguna carencia. La cultura de la diversidad necesita avivar
la sensibilidad
hacia el otro.
Hay que abrirse a los otros, aceptarlos como son, ayudarles
a desarrollarse al máximo de sus posibilidades.
Imaginemos que en un Centro de Salud tuviera que atender un
médico a
los pacientes en grupos de 20 o de 30. Que tuviese que
observar a todos los
pacientes de forma simultánea durante un rato y luego
recetar a todos la misma
medicación. ¿Cómo podría responder a las necesidades de cada
uno? Es
probable que lo que le vendría bien a uno resultaría un
desastre para otro.
La atención a la diversidad exige cambios importantes en
esferas muy
distintas. En primer lugar en las actitudes de las personas.
Me refiero tanto a
padres como a profesores y alumnos. Hay que abrirse a los
otros, aceptarlos
como son, ayudarles a desarrollarse al máximo de sus
posibilidades. En
segundo lugar, en la organización de los centros. La
atención a la diversidad
tiene unas exigencias organizativas relacionadas con la
flexibilidad, la creatividad,
la autonomía y la audacia. Si la organización es rígida será
difícil
encontrar respuestas adaptadas. Si desde la Administración
no se propicia,
se cultiva y se apoya la iniciativa del profesorado, será
imposible la respuesta
adaptada a las exigencias que plantean los alumnos de cada
escuela. En
tercer lugar, requiere recursos personales y materiales. No
se puede hacer
frente a las exigencias de la diversidad sin más profesores,
sin más espacios,
sin más recursos.
La cultura de la diversidad exige la puesta en
funcionamiento de políticas
de redistribución y de políticas de reconocimiento. Me
explico. Hay grupos
diferentes en la sociedad (pobres y ricos, cultos e
incultos, por ejemplo). La
solución para atender esta diversidad está en redistribuir
los bienes para que
esos grupos se nivelen. Hay otros grupos que son diferentes
(por ejemplo,
creyentes y agnósticos, payos y gitanos, homosexuales y
heterosexuales...).
Respecto a ellos es preciso que se desarrolle una política
de reconocimiento,
de valoración positiva, no de igualación, no de
redistribución.
Todo ello tiene que ver con la autoestima, con la aceptación
de sí mismo.
Porque si el gitano se avergüenza de serlo, si el emigrante
se siente acomplejado,
si el sordo no acepta su sordera, toda la intervención
exterior resultará
inútil.
La atención a la diversidad exige el respeto a todas las
personas. Pero,
arranca del respeto de cada persona por sí misma.
Permítaseme terminar con una pequeña fábula al respecto. Una
hormiga
le pregunta a un elefante:
- Cuántos años tienes?
- Tengo tres años., contesta el elefante, con orgullo. ¿Y
tú?
La hormiga contesta, justificando su pequeño y vergonzoso
tamaño:
- Yo también tengo tres años, pero es que yo he estado
malita."
Bibliografía: Santos Guerra, M. (2006). El
pato en la escuela o el valor de la diversidad. 1ed. [Alicante]: Caja de
Ahorros del Mediterráneo, Obras Sociales, pp.23-25.
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